Bélgica tiene un pasado colonial turbulento con el Congo, que se convirtió en la puerta de entrada a las plantaciones de cacao en África y permitió a Bélgica traer el cacao en grano a Europa a partir de la decada de 1880. Este acceso temprano al cacao antes que muchas otras naciones y la capacidad de entender cómo procesar mejor los granos permitió a los belgas producir chocolate de calidad antes que nadie en Europa y en la mayoría de los países del mundo. Incluso los suizos, que son famosos por su chocolate, han aprendido mucho de los belgas.
Incluso hoy en día, el chocolate belga sigue teniendo un aura internacional.
La reputación del chocolate belga se ha construido sobre varias razones objetivas. En primer lugar, los granos de cacao que se utilizan en Bélgica son de calidad superior, gracias en particular a la elección precisa del lugar de origen de su cosecha y a la forma en que se procesan. Las etapas de tostado y molido son particularmente cuidadosas. La calidad de los ingredientes añadidos durante la preparación del chocolate también es muy importante.
Los belgas son buenos ingenieros. Tienen habilidades en varios campos de la alta ingeniería y el chocolate no es una excepción. Su talento hizo que Bélgica fuera uno de los primeros países en desarrollar máquinas que pudieran mezclar los finísimos granos de cacao para hacer el chocolate extremadamente cremoso.
Otro ejemplo de esta innovación belga es el proceso creado por Jean Neuhaus en 1912 cuando desarrolló un método para rellenar un recubrimiento de chocolate que llamó pralines. Era diferente porque ofrecía un mecanismo que permitía por primera vez rellenar el chocolate con una variedad de turrones o cremas de sabor, como café, avellana, fruta o incluso más chocolate. Nadie más en esa época podía hacer chocolate con un sabor tan complejo y este desarrollo cambió para siempre la forma en que la gente comía chocolate.
Así como muchos pueblos españoles tienen su propio aceite de oliva o muchos pueblos franceses tienen un viñedo local, cada pueblo belga tiene su propia pequeña fábrica de chocolate. Las recetas se transmiten de generación en generación. Esta cultura se extiende tanto a la calidad de los ingredientes utilizados como al cuidado que se pone en la elaboración del chocolate. La gran mayoría del chocolate belga no se fabrica en grandes empresas, sino en pequeñas fábricas familiares de chocolate con equipamiento básico. El chocolate belga tiene un verdadero toque artesanal.
Es algo muy característico en Bélgica. Si tienes la oportunidad de pasear por Bruselas, te encontrarás con muchas tiendas de chocolate artesanales dirigidas por artesanos verdaderamente apasionados.